Ser corrupto no entiende ni de partidos ni de siglas. Seguramente sí que entiende de autocontrol, de capacidad de honradez y responsabilidad.
Pero la insana tentación de quien tiene poder, negocia contratos,administra mucho dinero, por meter la mano en la caja o ejercer un tráfico de influencias, solo debe medirse a esos niveles. Tanta debe ser la tentación, tanto el regusto por lo ilegal, que la cabeza se pierde, el autocontrol desaparece y se empieza
a jugar con la delgada línea que separa a un sujeto de la honradez y legalidad de lo correcto con la ilegalidad de moverse por terrenos pantanosos y la correspondiente posiblidad de ser cazado.
Estos dias están siendo destapados varios de estos artistas del poder y de las malas acciones subidos en el mismo. José Blanco, Don Pepiño, el incombustible speaker agitador de masas. Aquel azote popular en el caso Gurtel. El que exigía la cabeza de Camps, de Rajoy, de Cascos, de Aznar... por el asunto de la trama de unos cuántos trajes, se aferra hoy a la inmunidad política para evitar terminar con sus huesos en la cárcel, precisamente por tráfico de influencias.
Una quedada en una gasolinera, al más puro estilo napolitano, le puso en el disparadero. Y tras presentar la dimisión, es ahora cuando intenta eludir sus responsabilidades políticas máximas evitando renunciar a su acta de diputado, precisamente para impedir que la justicia le eche mano. Es curioso como quien ejercía de cazador de presuntas corruptelas PPeras, acaba siendo cazado y de qué manera. Algo parecido le pasó a Garzón, aquel juez estrella que buscó la inmunidad de un tribunal internacional, para no terminar acatando sus responsabilidades.
Y por último Urdangarin. Se casó con sangre real, administró fundaciones, facturó no muy claramente, desvió dineros, y al final, otro que ha destrozado su imagen pública por unos cuantos millones que llevarse, en eso que supone el morbo de forrarse a costa de las influencias y el poder.
En el caso de Urdangarin, dudo mucho que su estirpe acabe entre rejas. En algún momento, alguien pondrá el obstáculo que acatar para no profundizar demasiado. Y seguramente sea el socio, quien asuma con responsabilidad de estado, una cómoda estancia de trienio en una cárcel para luego ser premiado y asi daremos carpetazo al asunto. La infanta seguramente se separe, por el decoro e imagen, Urdangarin cerrará la boca, cerrará la cartera, y dentro de diez años, nadie se acordará de nada.
La erótica del poder y del meter mano en la caja, sale bastante rentable en un país como el nuestro. Ahí tenemos a Mario Conde, ladrón de ladrones que hoy es un cotizado tertuliano que firma libros como rosquillas.
Seguramente por eso, merece la pena el riesgo de meter mano.
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