A los 15 minutos de empezar esta especie de película, es normal que uno sienta la imperiosa necesidad de levantarse y marchar.
El árbol de la vida es una enrevesada reflexión sobre la vida, la muerte, lo divino y lo natural, muy lejos de cautivar con cierta claridad.
Mezcla escenas inconexas, metrajes que más parecen documentales de National Geographic que supuestamente intentan ilustrarnos que lo natural y lo divino pueden perfectamente conectarse en el sentimiento de uno mismo.
Entre estas expresiones un tanto absurdas y ridículas se nos presenta la historia de una madre metódica con Dios que pierde a su hijo y que se pregunta las razones por las cuales se lo ha llevado y que papel le queda a ella. El padre y marido de la misma que instruye a sus hijos en la disciplina, en los consejos, creyéndose idealizado, y descubriendo al final que su aportación a la vida o el posible éxito de ser admirado es tan irrelevante como el propio hecho de pensarlo. Y el hijo de ambos, que siendo mayor y acomodado en el éxito de su profesión sigue preguntándose lo que todos nos preguntamos, dentro de su propio caos externalizado de manera casi histérica.
Todo esto podría haber sido contado y relatado de una manera más directa, menos “marianista” y seguramente la película hubiera ganado interés y no la decepción de encontrarse ante una pretendida obra de provocación, regodeada en escenas absurdas con pretensiones de obra maestra, pero muy lejos de serlo.
En definitiva, un truño de considerables proporciones en donde lo único destacable es la extraordinaria fotografía y los buenos intentos infográficos. Nada más.
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