Mafias y chivatazos

Si esto fuera un país normal, Alfredo Pérez Rubalcaba tendría que estar sentado ante un juez por ser el cabecilla de ese lamentable episodio de chivatazos y altas traiciones del gobierno en curso con la banda de asesinos terroristas de ETA. Pero como este es un país de anormales, lo anormalmente normal es que nada de eso ocurra.

Gentes como Álvarez Cascos son las que suelen espabilar las conciencias y cerebros cuando la mafia política rebosa de lo soportable. Con el ejemplo socialista, podemos encontrarnos un auténtico rosario de desmanes, crímenes de Estado, altas traiciones y manipulaciones criminales de atentados contra civiles, con tal de obtener un rédito corporativo y político.

La pasmada ciudadanía suele asentir en la plena ignorancia de que al socialismo y a la izquierda se le deben tolerar muchos más desmanes que a la derecha. Es un defecto histórico y un defecto del ciudadano habitual de los consumidores de las pantallas de Telecinco . Como admiten también sin rechistar las prohibiciones y los adoctrinamientos menores de la madre gubernamental que cuida de nuestra salud y nos indica como debemos circular por carretera, como debemos de comer o como debemos de cuidar nuestros pulmones, aunque esto último no pase por eliminar el tabaco del que el estado saca un suculento beneficio. Y aunque ello signifique vacilar, arremeter y castigar al empresario cuyas reformas se las come porque a la ministra le sale del coño.

En plena era de deslealtades a la ciudadanía, a las víctimas y al Estado, con ese asqueroso episodio de chivatazos a ETA, los amigos de Rubalcaba siguen exprimiendo la maquinaria manipuladora del poder. Y todo aquel que alertó de su peligro, o todo aquel que se atreve a denunciar la corrupción institucional, deberá ser perseguido o desprestigiado a base de una tergiversación de la escena denunciada.

Es hora de que los héroes, o aquellos capaces de no contener la lengua y la rebeldía, tengan su recompensa. Y es hora de que este país abandone la anormalidad.